Cuando se cumple el centenario de la primera guerra mundial, queremos destacar
el papel jugado por los libros en esta sangrienta contienda.
La creación de
servicios de lectura fue una iniciativa común a todos los países implicados en
el conflicto, que reunieron millones de documentos para hacerlos llegar a sus
tropas, allá donde se encontrasen. Como dato significativo, solo alemanes,
británicos y americanos movieron 30 millones de libros y revistas.
En Europa, la iniciativa parte de la sociedad civil, aunque, a medida
que el conflicto se alarga, son los propios gobiernos quienes consideran necesario
el envío de libros, pasando a dirigir la
operación. Esta necesidad viene dada por tres factores confluyentes: el aumento
de los niveles de alfabetización, la mejora de la vida de los soldados y
su deseo de leer.
Los libros llegarán a cualquier lugar donde exista demanda, del frente o
de la retaguardia: a navíos de guerra, hospitales, campos de concentración, campos
de batallas, centros de instrucción, campamentos, etc.
Estos millones de documentos provienen de bibliotecas públicas, y, ocasionalmente, de bibliotecas especializadas y
universitarias, pero fundamentalmente de la movilización ciudadana, de instituciones benéficas, culturales,
religiosas, filantrópicas, editoriales, etc.
Las campañas de recogida de
libros tienen un marcado carácter patriótico y solidario, por lo que se consigue
la participación de todos los estratos sociales. A través de la prensa, se orienta a los ciudadanos sobre las
lecturas más convenientes para entretener
y mantener alta la moral de la tropa. Los criterios de selección de las
publicaciones los establecen las autoridades militares, que se encargan, a su
vez, del control en los distintos servicios de lectura. Los temas preferidos son novelas, obras de
entretenimiento y de ficción, principalmente de ficción bélica, que ensalzan el valor del compañerismo, de la
camaradería y elevan el valor de la tropa. El transporte de los libros y
revistas a su destino se encomienda a la Cruz Roja.
Las bibliotecas responderán a este desafío de forma diferente, según
los países y la habilidad y cualificación de sus profesionales. Si bien, en
ocasiones, se recurre a ellas como un medio para demostrar la supremacía cultural
de un bando sobre otro (la destrucción de la biblioteca de la Universidad de
Lovaina se consideró un acto de barbarie del bando alemán), en general participan
desde un segundo plano. No obstante, en ambos bandos hubo bibliotecarios que colaboraron
en la selección del material e incluso, como en el caso de la ALA (American
Library Association), planificaron y organizaron eficazmente los servicios de
lectura en colaboración con el Gobierno Federal, lo que les ayudó a ganar
visibilidad y prestigio.
La participación es más significativa en el caso de las bibliotecas
públicas, que, en ocasiones, llegan a trasformar sus espacios y servicios para
adaptarse a las necesidades militares del momento, convirtiéndose en lugares
donde se distribuye propaganda, se informa sobre el conflicto o, incluso, se
reclutan soldados. Al mismo tiempo, ven
modificarse los tipos de usuarios y sus necesidades. El alistamiento masculino,
el desempleo y la reducción en la oferta de ocio, hace que se incremente el
número de mujeres que usan las bibliotecas y que demandan otro tipo de
materiales de consulta, entre los que sobresalen la prensa y las revistas
ilustradas.
Al terminar la guerra, las
experiencias vividas trajeron grandes cambios a las bibliotecas. A causa del
reclutamiento, los puestos de máxima responsabilidad pasan a manos femeninas, especialmente en el mundo anglosajón; se
revisa la CDU para adaptarla a las necesidades surgidas de las numerosas publicaciones que se editaron:
carteles, mapas, etc., lo que a su vez propició el incremento de este tipo de
materiales; se desarrollan las
bibliotecas de hospitales, cuarteles
etc.; se produce la
especialización de bibliotecas y bibliotecarios, pero, sobre todo, surgió el debate y la
reflexión sobre el papel a desempeñar en el futuro, cuya consecuencia directa
fue la modernización de las bibliotecas.
Foto: Archivo AGA